(Por Francisco Neila)
Regreso de Ciudad Rodrigo y, por estos últimos parajes, ya rayanos con Extremadura, está Castilla vistiéndose su sayo color oro viejo, en los robles que paulatinamente van sustituyendo a las encinas. Son las tierras entre el Agueda y el Puerto de Perales, por las cercanías del Jálama.
Uno siente un poco de vértigo al asomarse al balcón del “Puerto” pero, al mismo tiempo, es como esponjársele el corazón, ante la inmensa llanada de nuestra Extremadura.
Perales le saluda como buen anfitrión que abre y abrió la puerta siempre a gallegos, leoneses y castellanos, quienes por aquí _via Dalmacia_ fueron abriendo camino a la Repoblación, una vez empujados los “moros” cada vez un poco más abajo.
Y, enseguida, Coria, peinándose en el espejo del Alagón, que un día se le escapó al puente viejo, dejándole .desde entonces, entre morriñoso y triste.
Tengo tiempo y me he arrimado, una vez más, a la puerta de Poniente de la Catedral. Desde allí contemplo y os recuerdo. Es más os presto mis ojos, deslumbrados ante tanta belleza, para que recobréis conmigo otras tardes como ésta, contempladas mientras descubriámos, en el estudio, nombres, hechos y números aritméticos.
Hay un rumor del viento en los pinos cercanos. Se me ocurre que susurra vuestros nombres que tanto y tan hondamente resuenan en el corazón. Todo es silencio y serenidad. Sólo un perro lejano y los “ cuartos” de la Catedral rompen esta hora mágica.
“La Vega” es una borrachera de color: ocres, rojos , malvas y amarillos en los chopos y los álamos del rio se encienden de cuando en cuando , tocados mágicamente por el sol que juguetea al escondite con las nubes en esta tarde de Otoño.
Enfrente, en los altos vecinos a Portaje, están creciendo las primeras hierbas empujadas por el agua del buen Dios, que se puso a regar la tierra, después de un Octubre seco y agobiante. ¡Verde, verde, verde! Regalo para los ojos, don inestimable para los animales, descanso para el frágil bolsillo de los ganaderos.
Entre los árboles, respetados por las nuevas edificaciones que lo desfiguran todo, quedan algunos espacios donde nos batíamos el cobre en partidos interminables.
Por los arcos del “Puente viejo”, hay también un rumor indefinible: Canta la nostalgia de un agua que se fue y nunca volvió. ¿No lo sabíáis? El “Puente sin rio” es un puente enamorado: impenitente soñador de un agua que le fue infiel y que ya nunca recobrará. “El agua, como la Luna, tiene nombre de mujer”, diría un componedor de coplas, poco feminista.
Yo os recuerdo, mientras el río, impertérrito como siempre, sigue su camino hacia Poniente, buscando la hermosura de los “Canchos de Ramiro” entre Cachorrilla y Ceclavín. Con él se va mi memoria y mi corazón hacia donde quiera que estéis, porque para estar en comunión nos pensó Dios y, aunque lejanos, siempre estáis cerca, como ese vencejo de la tarde que, viniendo del palacio del Duque , se ha posado tranquilo en las tapias del patio trasero de la Catedral.
Valete